Abrió la caja con cuidado, las manos le temblaban mas de lo habitual, a su lado la joven que sostenía la lámpara procuraba no respirar más de lo necesario.
Hacía casi cinco años que llegó a aquella excavación, "El Gran Palacio del Último Rey", así rezaban los restos de la estela que habían encontrado entonces. Túneles y habitaciones nacían una detrás de otra, cientos de arqueólogos desenterraban dia y noche un artefacto tras otro, cada uno más misterioso y enigmático que el anterior. Los museos del mundo llenaron sus colecciones con piezas de aquel lugar, pronto ya no hubo espacio y las bodegas de universidades y museos quedaban sin espacio ni manos para averiguar para que servían o cómo funcionaban aquellas maravillas.
Su asistente llegó hace tres años, compartiendo con él su fascinación por el pasado y la verdad. También fue hace tres años que los equipos internacionales comenzaron a retirarse, los secretos del templo eran literalmente imposibles de liberar, la emoción por encontrar un arma o alguna pieza de tecnología divina apabullante era nula, así que los gobiernos perdieron rápidamente la esperanza de obtener alguna superioridad bélica o económica por los hallazgos encontrados. Cada vez hubo menos gente y los cuartos parecían interminables.
Hace dos años que inició la excavación hacia donde creía que estaría la sala del trono, peleando por presupuesto para continuar avanzando cien metros más, un mes mas, hacia una habitación que prometía ser un gran cuarto vacío con tal vez un cadáver sentado en un trono más grande que el ego de su antigüo dueño.
Hace un año que el presupuesto se acabó y el gobierno le envió un ultimatum para abandonar la excavación y presentarse en la universidad de la capital para liderar el equipo que trabajaba con los artefactos recuperados.
Hace seis meses que los víveres se terminaron y uno de los pocos que quedaban comenzó a pescar en el lago cercano para alimentarlos. Hace tres días que el hombre enfermó y tuvo que regresar a su pueblo. Hace unas horas que lograron avanzar el último metro y de la tierra surgió un cráneo de cabeza redonda ligeramente ovalada, justo la forma de los dioses y, si hacía caso a la estela encontrada, este habría sido el último.
Hace cinco minutos que encontraron la caja debajo de los restos de esas manos de cinco dedos. Aunque estaba perfectamente protegida de los elementos y había soportado sin un rasguño el peso de todo el palacio cuando este colapsó hace millones de años, estaba cerrada con un seguro muy simple que fué fácil de abrir.
Sintiendo que por fin todo aquel esfuerzo era recompensado abrió la caja y, en su interior, encontró una de aquellas tabletas transparentes que los dioses usaban para escribir sus secretos. Al tocarla las letras de luz aparecieron sobre la cristalina superficie. Él era un experto en la historia de los dioses, el mejor del mundo decían algunos, así que le pidió a su asistente que apagara la luz y fluidamente comenzó a leer la carta que estaba escrita en aquellas letras resplandecientes.
"¿Que es la vida? ¿Cuál es su valor? ¿Que importa la supervivencia? Esas preguntas habrían sido fáciles de responder para alguno de mis ancestros, aquellos de antes de la inmortalidad. Si pudieramos recordar las respuestas tal vez habríamos sobrevivido.
He buscado la respuesta por mil años y, aunque ya la he encontrado, sigo buscando esperando encontrar un error, una forma de repararlo, una forma de redimirnos, culpar al destino, a la suerte, a dios o al diablo. Pero cada vez que miro los libros de historia, cada vez que reviso una y otra vez los documentos, testimonios, recuentos llego siempre a la conclusión de que fuimos artífices de nuestra propia destrucción.
Cuando eramos mortales le temíamos a la muerte, buscamos en la medicina y la ciencia la forma de extender nuestra propia vida hasta que por fin encontramos la inmortalidad. Nos expandimos a miles de mundos, a estrellas más lejanas de lo que podíamos ver. Nuestros hijos inmortales crecieron bajo la luz de mil soles y creímos que la civilización humana había superado todos los obstáculos, pero lo cierto es que habíamos caído en una de las crueles trampas del destino.
Aunque nuestros cuerpos envejecían y morían nuestra alma sobrevivía, era recuperada y transferida a otro cuerpo más joven y saludable. Muchos vicios afloraron entre nosotros, asesinatos por placer, ultrajes con permiso, magnates transfiriéndose a cuerpos modificados genéticamente, usureros comerciando con los mejores cuerpos, guerras en las que los soldados se levantaban una y otra vez para asesinar y ser asesinados.
Nuestra sociedad de ensueño se convirtió en la pesadilla de la que no podíamos despertar, aunque eramos inmortales, dejamos de encontrarle sentido a tener hijos o familias. ¿Porqué traer niños a esta vida de locura infinita?. Con el paso de los milenios nuestros números se redujeron. Un accidente por aquí, un suicidio definitivo por allá, nadie tenía hijos para reemplazar las pérdidas y la cantidad de conciencias individuales fue decreciendo cada vez más. Comenzamos a clonarnos para cubrir las faltas pero entonces comenzamos a preguntarnos: ¿Para qué?.
La existencia resultaba molesta, la supervivencia una ociosidad. ¿Para qué existíamos? ¿Porqué continuabamos aferrándonos a la vida?. Muchos decidieron dejar de existir, se negaron a ser rescatados evocando su derecho a morir y aunque algunos gobiernos prohibieron la muerte, de nada les servía tener personas sin deseos de vivir encerradas en hospitales y manicomios.
Una a una las luces del firmamento se fueron apagando, cada vez menos mundos habitados se comunicaban con nosotros y a mi alrededor todos se despedían para ir a buscar el sueño eterno.
Y yo, la mas necia de los humanos, seguí viva con el afán de buscar una razón para continuar. Pero lo cierto es que tras miles de años de vida el deseo de vivir se ha apagado en mi.
Hace tiempo que debí transferirme a un cuerpo más jóven, pero no le encuentro sentido alguno. Simplemente me senté aquí, en el trono del palacio que construí para entretenerme un tiempo y comencé a escribir esta carta. Tal vez algún día alguien la lea, tal vez alguna de las especies de este planeta evolucionen y la encuentren, no lo sé, ¿Me importa acaso?. Por ahora sólo quiero dormir, dormir un largo sueño, pero sin soñar, solo silencio y oscuridad."
Tras leer la carta el anciano arqueólogo miró a su asistente, sólo silencio había entre ellos. Se recostaron sobre la tierra y, mirando las estrellas se quedaron dormidos sin decir palabra alguna sobre lo que acababan de descubrir.