martes, 24 de julio de 2018

El origen del mal

En estas últimas semanas se ha dado un fenómeno poco usual en la Ciudad de México: muchos adultos mayores se están suicidando. Esto sucede al tiempo que un trámite obstaculizado por la burocracia está dejando a miles de adultos mayores sin la pensión que el Estado les había estado regalando desde hace algunos años.

Podríamos ver este problema de forma superficial, declarar como culpables a los bancos que complican la renovación de tarjetas, o a los funcionarios del gobierno que tratan con impaciencia y gritos a los ancianos que no saben como activar sus tarjetas en un cajero automático, o a la falta de información acerca de como realizar todo el trámite.

Cuando los recursos del estado son utilizados para ayudar a las personas en un momento de necesitad resulta siempre algo positivo, ya que permite paliar los problemas y a que los ciudadanos recuperen la estabilidad necesaria a fin de que puedan superar lo que sea que haya sucedido. En este ámbito podemos mencionar la ayuda para reconstrucción tras desastres naturales, desorden social, crisis económica o guerras.

Algunos de estos casos se pueden normalizar siempre y cuando se agreguen ciertas reglas que impidan su permanencia. Por ejemplo, se puede apoyar a los desempleados con una pensión temporal, condonación de impuestos o ayudas en especie, pero se han de poner reglas para que en cierto tiempo el individuo haga los cambios necesarios para obtener un nuevo empleo, ya sea buscando un nuevo trabajo o recapacitándose para abarcar nuevas vacantes.

El peligro llega cuando la ayuda se vuelve permanente, pues la misma se convierte en parte de la vida del individuo y puede llegar a significar un elemento vital en su existencia. Esto es peligroso pues, por más que se desee, un programa asistencial no puede ser permanente, y su fin abrupto puede significar la ruina de aquellos que dependen de dicha ayuda.

Lo que sucedió en México fue que a inicios del siglo XX se inició un programa de pensiones para que los trabajadores pudieran tener acceso a una pensión en su vejez. El programa no fue aplicado al 100% y muchos trabajadores no pudieron gozar de dichas pensiones, en especial aquellos que se encontraban en puestos de trabajo informales; a esto le añadimos actos de corrupción que robaron dinero de pensiones y la implementación de nuevos programas emergentes que solo agravaron el problema.

En estos momentos hay varios millones de ancianos en México que no gozan de una pensión y las soluciones obvias no sucedieron o se dieron solo en parte. Por ejemplo, los planes para recapacitación a fin de volver a integrar a los ancianos a la vida laboral solo funcionaron durante un par de años, tras lo cual se olvidaron y sólo quedó una bolsa de trabajo para personas de la tercera edad que deseen volver a trabajar; el capital perdido de las pensiones no fue recuperado ni se trazó ningún plan para refinanciarlas, por el contrario se inició un proceso que elimina por completo las pensiones; los programas de transporte, asistencia médica o alojamiento funcionaron durante un par de años y desaparecieron sin dejar rastro.

Esto deja a millones de personas en la miseria, para lo cual los gobiernos locales implementaron programas emergentes basados en repartición de pensiones y despensas. Sin embargo aplicaron estos planes emergentes sin atender la raíz del problema, y al alargarse la ayuda las personas comenzaron a depender de ella para sobrevivir.

En este mes muchas tarjetas que se repartieron en Ciudad de México han caducado, los ancianos llegan al banco a solicitar su pensión y no la pueden recibir ya que deben hacer un trámite de renovación que incluye ir a una dependencia de gobierno, a una sucursal bancaria y activar su nueva tarjeta en un cajero automático. Para muchos de ellos entender estos procedimientos o tener que interactuar con una computadora para poder cobrar dicha pensión resulta imposible.

Muchos de estos pensionados no tienen otro tipo de ingresos, no tienen familiares o amigos que les puedan ayudar y, al depender por completo de esta ayuda, entran en desesperación pues su vida depende de ese dinero.

Estas personas, en mi opinión, no tenían porque morir y, sobretodo, no tenían porqué estar en esta situación. Pudimos ayudar como sociedad a reformar nuestras leyes y hacer las cosas bien para que nadie tuviera que verse en una situación así, pero en vez de eso solo les dimos un poco de dinero y una gorra de un partido político.




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